Una vez amé

Una vez amé.

5.22.2013

Destruyéndonos como antaño solíamos hacer.

Aparentemente estamos acabados. Aparentemente nos hemos olvidado. Cuan afortunados somos al saber que podemos guardar recuerdos, pensamientos y tristezas bajo una almohada. Aparentemente eres feliz, pero tu mirada refleja que no es así. Yo que soñaba con tocar el fin de tus caderas, de saborear lo más bajo de tu espalda. ¡Que locura de tacto!. Fingí estar cuerdo cada vez que tocaba mis manos, esperé el rozar de sus dedos.
El caliente suspiro que salía de sus labios me hacía perder por completo la cabeza. No hablemos ya de su entrepierna, en ella siempre encontraba la salida a todos mis problemas.


Increíble era el susurro de éxtasis que salía de lo más hondo de sus entrañas con cada embestida que salía de mi alma. Innumerables las veces que saciábamos la sed de piel ajena, arropados por la fría brisa del invierno. El tiempo se convertía en un enemigo más de tantos. El silencio, un grato amigo. Dulce sabor salía de tus labios al tiempo que los poros de la piel se iban dilatando, dejando paso al mejor reflejo del placer de entretanto: el sudor.
No había cosa que me volviera más loco que el olor puro de su piel, el sabor del placer. Perdí la cuenta del número de veces que me ahogué en sus ojos, era como tener sexo sin tan siquiera besarnos. Olvidaba cada una de mis preocupaciones con cada gemido inesperado que salía de su boca de manera inconsciente.
Sillas, sofás, mesas, camas, incluso coches guardan en silencio la misma historia que me hacía explotar de placer cada vez que saciaba los instintos más bajos y animales que un ser humano puede llegar a tener.
Ese instinto que nos hace querer devorar a embestidas, besos y caricias a quien nos invita a saturar nuestro cuerpo de piel ajena.
En sueños he creído tenernos destruyéndonos como antaño solíamos hacer, asfixiando los enfados entre su espalda y mi pecho. Entre mi alma y su cuerpo. Diluyendo las dudas en las sábanas mojadas, testigos de cómo el amor crea tensiones y de cómo el sexo las relaja. De cómo cada noche dibujaba mi cuerpo sin que sobrara ni tan siquiera un trozo de piel.




Sigo buscando un tacto que me vuelva a enloquecer. Que consiga calentar mi alma o tan siquiera mi cama, aún a sabiendas que de tu piel brota ya a borbollones el ansia de una piel ajena que no es la mía.