La confusión dejó de ser algo nuevo para convertirse en un simple día a día. Un desorden que desaparece en noches cálidas, temperaturas bajo cero y vientos que hace tambalear los más viejos y sabios árboles que se aferran a un subsuelo invariable. Lucha constante entre el viento obligado a viajar de un lugar a otro y árboles decididos a mantenerse en su sitio cueste lo que cueste. Una y otra vez.
Así somos tu y yo, así es lo nuestro. Una lucha a contracorriente, donde yo soy la corriente y tu quien se opone. O quizás al contrario.
Podría llamarlo necesidad, costumbre o sencillamente capricho. Podría justificar sus errores y los míos con excusas absurdas, con palabras vacías o silencios acusadores. Lo que no podré justificar es el vicio al sabor dulce de sus labios, la serenidad de su tez, el erizar de su piel o la seguridad de su mirada. La necesidad de su tacto, la costumbre de su reír, el capricho de pertenencia.
Me sobran las palabras al igual que los motivos, me falta voluntad así como deseo. Cuán fácil resulta caer en la tentación del chocolate, ese sabor único que invita a devorarlo. Difícil resistirse a momentos de descontrol sin pensar el todo lo posterior.
El mundo se reduce a cuatro puertas, dos personas y una ciudad a los pies en algunas noches. Un hombre sabio decía, "si ése es tu lugar, te darás cuenta de ello y no querrás abandonarlo. Difícil será valorarlo cuando aún siga siendo tuyo, cuando aún sigas siendo parte de él".
No cambiar es aceptar que todo siga igual, a su manera. Agridulce son los días en muchas ocasiones, inigualables en otros tantos. Quizás no sea cuestión de complementariedad sino de testarudez, una testarudez que me pierde entre el olor de su piel y la aceleración de su respiración, entre la calma de su mirada y la locura de sus actos, entre lo que llamamos "nuestro" y lo que ven el resto. Sencillamente, no me resistía.
"We gotta make a decision, we leave tonight or live and die this way".
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